LA MANO
Escuchaban las palabras de negra sangre golpear sus venas una y otra vez. El féretro de sus ojos era visible para todos aquellos silenciosos, cómplices de aquellos golpes lingüísticos. Nadie alzaba la mirada e interponía su mano para parar la lluvia de sangre, como un paraguas de salvación. Y ella, en su mundo pequeño, de angustias y monstruos, temblaba incapaz de huir. ¿Adónde? La encontraría y la sumergiría en el pozo con el que siempre la amenazaba. “A cachitos, para que nadie la encontrara”. Así le decía dulcemente.
Pero un día una mirada la vio por fin. Y una mano apretó todos sus dedos, tiró de su alma para sacarla del fango asesino, y formó una pared entre ella y las palabras afiladas de colmillo. Sintió que una coraza la envolvía y la protegía. Y por fin, después de muchos años, respiró la vida.
©Virginia Alba Pagán, 2020
©Virginia Alba Pagán, 2020
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