miércoles, 18 de noviembre de 2020

PRÓLOGO VERSOS DEL REINO OSCURO


DESDE LAS SIMAS PROFUNDAS

Como bien dice el título de este prólogo de Versos del Reino Oscuro, sus poemas vienen «desde las simas profundas de valles sin nombre» como señalaba el maestro de lo oscuro y horrendo Lovecraft. Esta antología de poemas se nutre de las novelas de la saga de Miguel Costa Los Señores del Edén: Valesïa, Elinâ y Tineâ. Novelas de corte fantástico con un toque de oscuridad romántica que también impregnará estas páginas.

La antología comienza con versos que nos van recordando de forma lírica la historia de la novelas de Los Señores del Edén, recorriendo con su dulce canto las diferentes partes de la narración. Son poemas de cuatro versos plagados de fantasía, construidos a partir de la batalla entre la luz y la oscuridad que tiene lugar en el texto narrativo, pero sin por ello perder la belleza de lo lírico y de lo armónico, como si de un canto de un bardo se tratara, recordando gestas y batallas en un tiempo antiguo.

Encontraremos poemas que nos transportarán a la magia de otros tiempos, donde aún había cabida para lo idílico, para lugares llenos de misticismo, de luces bellas al alba, de sombras agradables bajo árboles inmensos, de miradas puras a un amanecer lleno de esperanza y hermosura. No podemos dejar de pensar al leer estos versos en el gran Garcilaso de la Vega ni en su recreación de esos parajes de la naturaleza tan idealizados donde los pastores cantaban sus amores, con ese tópico literario del Locus Amoenus tan característico del Renacimiento.

Luz irreal que alumbra la noche más hermosa
pero siempre oscura, mágica y cercana;
que ilumina veloz la sigilosa mañana,
iluminada siempre, pero también umbrosa.

Pero también hay lugar para lo oscuro y horrendo en este poemario. Donde germina la luz, siempre la oscuridad envidiosa acecha, esperando el momento para devorarla. Así, Miguel Costa nos arrastra hasta lo más recóndito de los submundos, y el amanecer se torna amenazante, terrible, angustioso.

Seres horripilantes del más profundo bosque
se agitan y mueven nerviosos en las sombras,
en los enmarañados matorrales. Un negro
amanecer que ni pide más ni se conforma.

Sin embargo, la riqueza de estos versos está llena de todo tipo de sentimientos, no ajena al amor de los personajes de Los Señores del Edén.  Así pues, podemos también encontrar poemas donde ese amor tímido se asoma entre las palabras y se viste  de esperanza alejando la oscuridad y las tinieblas. Miguel Costa, con sus versos más románticos, nos sorprende con lo sencillo, pero a la vez tan sugerente que nos hace estar en ese instante mágico en que el príncipe se enamora de la doncella; en el que nos transporta a ese momento tan deseable del amor a primera vista. 

En la mente del príncipe, la sin par doncella
volvía una y otra vez, y a partir de ese día
nunca dejó de pensar en ella; y volvía
a pensar en sus ojos, en su mirada bella.

Y como en sus novelas, las doncellas aquí también son inteligentes y valientes, guerreras que luchan y que no se esconden; personajes femeninos fuertes que lideran las tropas en todo este mundo épico. Y no podía faltar en su escritura la espada, elemento mágico y simbólico que siempre ha acompañado a los grandes guerreros, desde el mítico Cid con Tizona al rey Arturo con Excálibur o Aragorn con Anduril en El Señor de los Anillos. La diferencia es que en este caso la espada es de una guerrera, una mujer valiente y luchadora que no se rinde y que brilla en la batalla como una estrella en la oscuridad. Se ha producido pues un avance, una evolución en la narrativa, intercambiando los roles de género, y haciendo de la mujer también un personaje válido para la lucha y portadora de grandes e históricas espadas; rol que hasta el momento era ocupado solo por los hombres. 

Afilada espada mágica, extraordinario atavío
de la hueste, insignia del lince coronado
en el pecho del negro atuendo acorazado.
¡Guerrera, condecora el uniforme de oro y brío!

No podemos dejar de destacar la gran carga lírica que impregna los versos de este poemario. Miguel Costa, como siempre, nos sorprende con unas imágenes cargadas de belleza, pero sin grandes adornos, hermosas en su sencillez. Su poesía, como agua dulce y brillante, se desliza por nuestra piel y nos transporta suavemente a todo un mundo mágico. Es una poesía para degustar a sorbos pequeños, deleitándose en el sabor de cada palabra, disfrutando del momento, como de un licor delicioso cayendo por nuestra garganta. 

Desvanécete, hechizo de las estrellas,
como niebla a la amanecida,
o como noche al llegar el día; 
desvanécete, con la luz de la luna llena.

Tras pasearnos por los parajes de las novelas de la saga Los Señores del Edén, Miguel Costa nos deleita con otros poemas, poemas que salen en sus novelas, que forman parte de la historia como canciones o recuerdos de un mundo lleno de magia y de encanto. Al modo tolkiano, y como gran apasionado por la poesía, inserta en su prosa textos líricos para nuestro deleite, y cómo no, no podía no incluirlos en esta antología. Son poemas diferentes a los anteriores, más extensos, pero llenos de sentimiento y que nos vuelven a transportar a ese mundo de fantasía. Poemas que los propios personajes recitan, piensan o escuchan en medio del bosque, de la alcoba o de la batalla, como una letanía mágica; e incluso poemas que recuerdan de su infancia o de otros tiempos más hermosos cuando la oscuridad aún no había besado sus tierras como una noche eterna. He aquí un bello ejemplo:

¿Quién eres?
Tú que me anhelas.
¿Quién eres?
Tú que me buscas.
¿Quién eres?
Tú que me amas.
Por favor, dímelo.
Y mi corazón, mi alma
y mi amor serán tuyos.

La antología continúa con Cinco Poemas Oscuros: Luz de luna, Luz del abismo, Luz de esperanza, Luz del alba y Luz del crepúsculo. Son poemas más extensos inspirados en la saga. Todos iniciados por la palabra «luz», una «luz del alba al nacer un hermoso día». Aunque no siempre esta palabra en estos poemas tiene connotaciones positivas, sino que a veces se carga de sentimientos negativos, ya que esa luz es «luz tenue que desgarra las puertas del abismo». Aquí, Miguel Costa juega con la luz  y con su mundo, en amaneceres de esperanza y desesperanza, en luchas de hombres y oscuras sombras fantasmales, entre el bien y el mal, que como nos dice:

Recorre las calles en un vaivén de sombras tristes,
sembrando la muerte y el desaliento en sus enemigos;
brillando en las tinieblas de la ciudad de la muerte,
donde la anarquía y el desorden gobiernan libremente.

Pero no todo es oscuridad:

De la muerte surge la vida que ilumina el mundo,
la chispa brillante que resplandece de la vela;
como la luz del alba al nacer un hermoso día,
cuando desaparecen las sombras oscuras de la noche.

El libro concluye con tres poemas dedicados a dos de sus protagonistas, y también a la antagonista de toda esta historia como no podía ser de otro modo: Valesïa, Elinâ y Sirinea. Miguel Costa despliega todo su lirismo y nos regala estos versos llenos de amor y belleza. Son poemas dedicados, por una parte,  a las heroínas, a las mujeres valientes que en cada una de sus novelas se enfrentan al mal y se abren paso entre tinieblas. Y, por otra, también al personaje femenino antagonista de sus novelas, no exenta de inteligencia, astucia, así como de belleza y de atractivo. Es un homenaje a las tres, un bello canto que las honra y las convierte en eternas, como al modo de los grandes guerreros, recordados por los aedos, los juglares o trovadores en la antigüedad. Ellas no podían ser menos. Las palabras las visten, las trasladan a las estrellas como constelaciones en el recuerdo grabadas, para no ser nunca olvidadas y así se las eleva a la categoría de las  grandes, salvadoras o destructoras del mundo del Edén. Elinâ, «en noches memorables llegaré a tus sueños;/ y juntos volaremos»; Sirinea, «eres mi amor del infierno, de piel dulce, de ojos severos,/ con alas azabaches en tus hombros y con tu corazón perverso»; y Valesïa como «ángel con alas en los hombros,/en el mundo de los dioses;/tan hermosa que a tu alrededor resplandece la tierra».

El poemario concluye con unos versos dedicados a Valesïa, para así cerrar el círculo y volver al principio de todo, como el transcurso del tiempo cíclico en el cual todo se transforma, pero todo continúa, sin fin, sin término, con la esperanza de la vida eterna:

Volaremos hacia el bosque de la magia eterna,
más allá de la sombría tierra sembrada de oscuridad y muerte,
protegidos con el sortilegio que nos envuelve en el cielo.



Virginia Alba Pagán

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