lunes, 13 de abril de 2020

Prólogo EL SENDERO DE LA SANGRE


VASILE, UN VAMPIRO ROMÁNTICO



La figura del vampiro ha estado presente en las diferentes culturas desde tiempos muy antiguos. Nos encontramos las primeras menciones a seres de estas características en los diferentes mitos y en el folclore de antiguas civilizaciones como la egipcia o la mesopotámica. 
De hecho, podemos observar entre los acadios, los sumerios y los babilónicos a los utukku o los alû o súcubos, todos ellos con ciertas características que nos pueden recordar a los vampiros. Los utukku malignos, llamados también edimmu, eran fantasmas demoníacos, incorpóreos, de viento, que a consecuencia de no haber sido enterrados correctamente se dedicaban a aspirar la vida de los niños y de todos aquellos que durmieran mientras ellos andaban cerca. 
Los alû o sucubos eran seres demoníacos que recorrían los lugares solitarios al anochecer. Estos seres seguramente estén relacionados con unos demonios femeninos provenientes de la criatura Lilitú o Lilu, mitad humana mitad divina, que utilizaba la seducción como arma, bebiendo la sangre de los incautos y que vivía en la oscuridad de las sombras nocturnas. Este ser, a su vez, tiene que ver con Lilith, la primera esposa de Adán, según las leyendas judías. En la Biblia se menciona a Lilith en Isaías, 34:14: «Los gatos salvajes se juntarán con hienas y un sátiro llamará al otro; también allí reposará Lilith y en él encontrará descanso». Se considera a Lilith, tras abandonar el Edén, como una mujer demonio, de largos cabellos negros, que acecha a los hombres en sus sueños para así fecundar más demonios. De hecho aparece en el Talmud como la esposa de Samael, ángel que se relaciona con Lucifer. 
También en el antiguo Egipto aparece la diosa Sejmet, hija de Ra, denominada la más poderosa, la terrible. Era la que ocasionaba las epidemias y las enfermedades. Se cuenta que para acabar con su ferocidad y así apaciguarla se le preparaba un brebaje rojo semejante a la sangre.
En la mitología griega aparecen las lamias, estos seres vienen de Lamia, una princesa que fue castigada por Hera al yacer con Zeus. Hera la transformó en un monstruo, con cuerpo de serpiente y pechos y cabeza de mujer, y la condenó a matar y alimentarse con la sangre de los niños.
Así pues, ya desde la antigüedad, podemos encontrar la figura del vampiro presente en las diferentes tradiciones, siempre asociado a la serpiente, a la sangre, a la oscuridad, y provocador de la enfermedad y de la muerte. Sin embargo, no será hasta mucho después, hasta el siglo XVII, cuando se acuñe este término y tenga esa presencia en la literatura como un icono de la inmortalidad, y, sobre todo, a consecuencia de las terribles epidemias que asolaron Europa y que provocaron en la población ese terror a lo aún no explicable mediante la ciencia.

Nuestro vampiro moderno, tal como se le considera hoy, desde obras literarias como Carmilla de Sheridan Le Fanu, El vampiro de Polidori o Drácula de Bram Stoker, desde una perspectiva absolutamente romántica, es un ser cruel, salvaje, animalizado, pero a la vez no ajeno al amor, a un amor destructivo, oscuro, perverso, y atraído por las almas puras e inocentes, aún no corrompidas por la sociedad.
En El vampiro de Polidori, escrito antes que Carmilla, durante un año sin verano, en las tormentosas noches de junio de 1816, durante la famosa apuesta en la Villa de Diodati, de la que también nació, aunque más adelante, Frankestein de Mary Shelley, se nos dice lo que mueve a este vampiro, Lord Ruthven, aquello que busca, que ansía: «¿Y qué puede querer este vampiro de sus semejantes? No persigue la vitalidad de la sangre joven, las gargantas frescas de las inocentes muchachas, aunque sí acecha siempre entre las almas más tiernas y llenas de ideales; siente la necesidad, no obstante, de bucear en seres que todavía no han tenido contacto con la realidad, que no han sufrido la amarga experiencia del desengaño».
En Carmilla se nos presenta a esta vampiresa como una mujer con un atractivo extraño, casi irracional, enigmática, que es capaz de afirmar cosas como estas: «—Nunca me he enamorado, y nunca me enamoraré —afirmó Carmilla—. A no ser que me enamore de ti...» y «—Serás mía... debes ser mía... Tú y yo debemos ser una sola cosa, y para siempre». Su descripción la tomará Le Fanu de una historia legendaria, la de la bella condesa Isabel Báthory, también denominada, la Condesa Sangrienta. Carmilla aparece como dama de la alta nobleza, elegante, con un aire que roza la melancolía, un pelo hermoso y largo, y de grandes ojos negros, misteriosos, algo animalizados, como de felino, una atractiva, pequeña y sensual boca roja, y dedos largos como agujas.
En Drácula, el propio conde dice sobre él: «—Me alegro de que sea vieja y grande. Provengo de una antigua familia y el vivir en una casa moderna me mataría. Una casa no se vuelve habitable en un día, y, en definitiva, son muy pocos días los que hacen falta para sumar un siglo. Me alegro también de que cuente con una antigua capilla. A los nobles de Transilvania no nos agrada la idea de que nuestros huesos vayan a descansar entre los muertos corrientes. No busco la diversión y el bullicio, ni la espléndida voluptuosidad del sol y las aguas centellantes que tanto gustan a los jóvenes y a las gentes alegres. Ya no soy joven. Y mi corazón, después de tantos años de llorar sobre los muertos, no se acompasa ya con la alegría. Además, los muros de mi castillo están resquebrajados; las sombras son muchas, y el viento sopla frío entre las barbacanas y las desmoronadas almenas. Amo la oscuridad y la sombra; y deseo estar solo con mis pensamientos el tiempo que pueda». Aparece aquí como un ser peligroso, sensual, melancólico, eterno, atractivo, incapaz de amar. Es un ser lleno de odio, al que solo le mueve la maldad, lo oscuro y tenebroso que anida en el alma humana.

Miguel Costa nos presenta en su libro El sendero de la sangre la vida del vampiro Vasile Preda, un vampiro romántico, enmarcado en pleno siglo XIX, que se nos aparece en Tinieblas vestido como un auténtico caballero de época: «Por esos parajes de desolación, entre horror y muerte, me adentro enfundado en mi chaquetón de solapa cruzada, mi capa negra y mi sombrero de chistera; como un demonio del abismo, como un vampiro de las tinieblas».
La obra consta de un poema, La rosa de corazón negro, varios microrrelatos y relatos cortos, entre los que destacan El Pasaje del Diablo y El amo, y cuatro relatos: El lago de la niebla, El corazón de la rosa negra, El susurro del viento helado y El sendero de la sangre, que le da el título a esta antología. En su obra podemos observar cómo el autor ha bebido de todas estas tradiciones que han formado parte de nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia, tanto a través de la literatura como del cine, con películas tan icónicas como Nosferatu o el propio Drácula.
Su personaje, Vasile, es un vampiro al uso, descrito como un ser cruel, pero a la vez, siguiendo la tradición más romántica de los últimos tiempos, no exento de sufrimiento ni de una cierta alma. En su primer relato El Pasaje del Diablo nos aparece este ser demoníaco como un alma atormentada, rota por el dolor, pero angustiada y, por tanto, con sentimientos: «Las sombras se extendieron, impasibles, por mi corazón desolado, roto por el dolor y la muerte, destrozado por el destino más cruel e inhumano que un hombre, por horrendo que sea, haya tenido jamás». Sin embargo, no deja de ser un ser despiadado que sucumbe a sus más bajos instintos. Como monstruo que es, así se comporta y no duda en poseer a la mujer que le atormenta y condenarla a una eternidad de horror: «Le hablé con voz atroz y monstruosa. Al mirarla a los ojos sentí su terror, su miedo interior que la aprisionaba, la encerraba, engrilletada, en una mazmorra siniestra, donde sería torturada hasta la muerte eterna. (...) Entonces, sin esperar más, le mordí veloz, con mis largos y afilados colmillos, en su cuello dulce, suave, con tremenda sed, avidez y violencia».
En El lago de la niebla se nos cuenta algo más de este despiadado asesino, como pequeños vistazos de su vida anterior, de los sentimientos que lo embargan, lo empujan a ser quien es, lo acorralan y lo llenan de pesar y de melancolía. Y descubrimos un Vasile diferente, un Vasile que siente, en el que aún, aunque sea en el fondo de su ser: «pervive la nobleza de mi vida anterior». Es imposible no sentirse identificado con los sentimientos contradictorios muchas veces de este personaje, como lo es la vida misma, llena de luces y de sombras. Miguel Costa consigue hacer de Vasile un vampiro redondo, cargado de emotividad, que te llega y que hace que te muevas con él en su mundo; y, pese a ser un monstruo, logra que sientas junto a él todas sus tristezas y sus angustias, consiguiendo esa armonía entre su luz y su oscuridad. Luz no exenta de amor ni de ternura: «Mis manos acariciaron su rostro y mis ojos se deleitaron con los suyos, negros como la noche, como las plumas de un cuervo o como mi propia alma reprobada. ¡Cuánto la quería..., cuánto la querré siempre!».
En su relato El corazón de la rosa negra, cobran más protagonismo los personajes femeninos, Ana y Alba, como hermosas y crueles vampiresas sin piedad: «Las vampiras, feroces señoras de la sangre, caminaron en numerosas ocasiones juntas por los senderos lúgubres de la ciudad, buscando víctimas bajo el influjo de la luna de argento». Es una historia de pérdida y búsqueda, de angustia y dolor, en la que percibimos la parte más humana del vampiro, su debilidad, que no es otra que su amada Ana: «En la soledad de la fría alcoba, una sombra envolvió mi alma y mi cuerpo, inquietó mi mente y hasta mi corazón. (...) —¿Dónde estás, Ana? —susurré a las tinieblas, angustiado». Y también observamos una crítica a la sociedad, una crítica que rezuma de estas páginas, y que pese a formar parte del género de la fantasía, género considerado como poco comprometido, este texto no deja de hacer guiños constantes al mundo real que nos rodea: «Los humanos se matan constantemente por simples cuestiones raciales o solo por nacer en un determinado lugar, algo que nadie puede elegir; se asesinan por dinero y poder; se exterminan por religión y culto, o simplemente por el odio que anida en sus corazones». Y lanza una pregunta que nos llega y nos perturba, porque aunque estemos leyendo relatos en los que los protagonistas son vampiros, monstruos en definitiva, se plantea «quiénes son los verdaderos monstruos en este mundo de sombras». 
En El susurro del viento helado, los teriántropos, que ya habían aparecido en el relato anterior, enemigos mortales de los vampiros, conformarán el centro de la historia. Seres monstruosos, sin moral alguna, a diferencia de los vampiros que solo matan para alimentarse. Seres que Miguel Costa describe con total crudeza, con caras de animales, desagradables, y que enseguida se nos hacen despreciables: «Un monstruo con cara de cerdo lo atrapó con rapidez por el cuello al tiempo que le pegaba fuertemente con la otra mano. Los demás se unieron también al asalto y comenzaron a golpearle con tal violencia que pronto corrió un reguero de sangre por el callejón angosto. (...) El hombre intentó gritar de nuevo, pero el monstruo le rebanó la garganta con habilidad. Entonces lo desollaron y destriparon, y comenzaron a comérselo con voracidad». 
La acción será, pues, la que domine entre sus páginas, una acción que nos atrapará y que no nos dejará abandonar la narración hasta el final. Y así, siguiendo estas trepidantes consecuencias de hechos, y en consonancia con ello, en este relato se nos presenta un Vasile moderno, pistolero, que nos recuerda al protagonista, Roland, de La Torre Oscura de Stephen King, del que el autor se manifiesta un ferviente seguidor: «Desenfundé mi pistola plateada y disparé a un hombre lobo que se lanzaba contra nosotros con furia, cayendo al suelo, fulminado. Disparé nuevamente a otro y luego a otro más. Al final recargué el tambor con más cartuchos plateados, pero enfundé el arma de fuego en la pistolera; preparada por si volvía a necesitarla».
Finalmente, con el último relato El sendero de la sangre, que da título a esta antología, el autor nos vuelve a sorprender y nos deja con las ganas de leer más y de saber más sobre nuestro vampiro, ya que nos ofrece un final abierto, que de seguro tendrá su continuación en futuros libros. En este relato, nos acaba desvelando cómo Vasile Preda fue transformado y quién fue su mentor, lo que nos acerca más a nuestro protagonista y nos hace empatizar aún más con él. Es uno de sus relatos más poéticos y más lleno de sensaciones y con el lenguaje exquisito al que nos tiene acostumbrados. He aquí una muestra: «Sus cabellos azabaches brillaron con los rayos de luna que se filtraban a través de los visillos de la cortina del ventanal y, misteriosamente, pareció que un hechizo la envolvía». La acción también envuelve sus páginas y nos adentra en nuevos misterios que nos serán desvelados, nuevas alianzas, nuevos enemigos y nuevos retos a los que deberán enfrentarse. Sin duda es un gran final para la antología con ese prometedor continuará que nos hace desear descubrir nuevas aventuras de nuestro vampiro favorito.

Tanto en El susurro del viento helado como en El corazón de la rosa negra y en El sendero de la sangre aparecen citas bíblicas, algo muy típico de la narrativa de Miguel Costa y que le da a sus textos un sabor de autoridad, de verosimilitud, como este fragmento que podemos encontrar en Isaías: «La bestia que has visto, era, pero ya no es; va a surgir del abismo, pero marcha hacia la ruina. Los habitantes de la tierra, que no están inscritos en el libro de la vida desde la creación del mundo, se quedarán estupefactos al ver reaparecer a la bestia que era, pero ya no es, aunque se va a hacer presente».
No podemos concluir sin destacar el lenguaje poético que inunda todas las páginas de esta antología de Vasile, y que destaca sobre todo en su último relato El sendero de la sangre como hemos comentado anteriormente, pero que impregna todas sus páginas y es, por tanto, una de las características de esta antología. Así es la escritura de Miguel Costa, una escritura plagada de recursos poéticos que como olas suaves nos llevan a la orilla deleitándonos con su suave arrullo. Aquí podemos ver varios ejemplos: «—Ven, mi amor, debemos dormir —le indico, acariciando sus manos, cuando muere la noche y un primer rayo de luz inunda la alcoba», y «Oh, luna de invierno. Hermoso astro plateado que induces con tu luz a la muerte, y despiertas a la bestia incontrolable que habita en el fondo de nuestros corazones condenados». También observamos esa belleza sensorial a través de poemas que en muchos casos inician sus relatos, y que, como no podía ser de otra forma, también inician esta antología, como ya comentamos anteriormente. Aquí os dejamos varios ejemplos:

Oh, la muerte vaga siempre a mi lado,
camina eternamente conmigo,
en los tenebrosos pasajes del abismo,
en el sendero de la sangre,
donde susurra el viento helado.

En la fría noche de luna llena
acaricio tus cabellos ondulados,
tu piel suave de seda;
contemplo extasiado tu mirada
en la oscuridad sempiterna,
beso tus labios carnosos
en la madrugada gélida.

Así pues, dejaros embriagar por este personaje lleno de sentimientos: romántico, fiero y cruel. Entremos en sus páginas para dejarnos morder por su prosa y dejarnos arrastrar hasta los lugares más siniestros y recónditos, allá donde los monstruos duermen y susurran extrañas palabras, letanías de muerte y tormentos, de placeres y horrores. Allí donde Miguel Costa, con su forma de escribir, tan delicada y sensible, a la vez que cruel y cruda, sin ambages, consigue que nos adentremos en ese mundo que él recrea y que nos hará disfrutar de cada una de las palabras que se vierten entre sus páginas.


©Virginia Alba Pagán, 2018



INFORMACIÓN DEL LIBRO

TÍTULO: El sendero de la sangre

AUTOR: Miguel Costa 

ENLACE DE COMPRA:

PAGINAS: 188

SINOPSIS:

Miguel Costa nos presenta en su libro El sendero de la sangre la vida del vampiro Vasile, enmarcado en pleno siglo XIX, un vampiro al uso, descrito como un ser cruel, pero a la vez, siguiendo la tradición más romántica de los últimos tiempos, no exento de sufrimiento ni de una cierta alma.La obra consta de un poema, La rosa de corazón negro, varios microrrelatos y relatos cortos, entre los que destacan El pasaje del diablo y El amo, y cuatro relatos: El lago de la niebla, El corazón de la rosa negra, El susurro del viento helado y El sendero de la sangre, que le da el título a esta antología. En su obra podemos observar cómo el autor ha bebido de todas estas tradiciones que han formado parte de nuestras vidas desde nuestra más tierna infancia, tanto a través de la literatura como del cine, con películas tan icónicas como Nosferatu o el propio Drácula.Así pues, dejaros embriagar por este personaje lleno de sentimientos: romántico, fiero y cruel. Entremos en sus páginas para dejarnos morder por su prosa y dejarnos arrastrar hasta los lugares más siniestros y recónditos, allá donde los monstruos duermen y susurran extrañas palabras, letanías de muerte y tormentos, de placeres y horrores. Allí donde Miguel Costa, con su forma de escribir, tan delicada y sensible, a la vez que cruel y cruda, sin ambages, consigue que nos adentremos en ese mundo que él recrea y que nos hará disfrutar de cada una de las palabras que se vierten entre sus páginas.




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